domingo, 23 de septiembre de 2012

El inmenso poder de los maestros


El Inmenso poder de los maestros


Los maestros desconocen el inmenso poder que Dios les ha otorgado. Cada mediodía, Emma Gabriela regresa de su colegio, almuerza, descansa un rato, y a las 3:00 pm –sin falta- se dispone a hacer sus tareas escolares, “porque mi maestra dice que, al llegar a la casa, debemos almorzar, descansar y luego hacer la tarea, sin dejarla para la noche”.
Al comenzar a escribir la fecha, reiteradamente borra y vuelve a dibujar la “T” de Turmero, hasta lograr un verdadero arabesco sobre el palito de la letra, “porque mi maestra lo hace así”. No hay poder supremo que la haga cambiar de parecer.
Más adelante se enreda dibujando las partes de una planta, pero rechaza tajantemente mi intento por ayudarla, “porque la maestra dice que la tarea debemos hacerla los niños, y no los padres”.
Finalmente, tiene que consultar en el diccionario el significado de varias palabras poco conocidas por ella. Casi terminando la consulta, se nos presenta un inconveniente: por mucho que nos esforzamos, no logramos descifrar su imperfecta escritura para saber cuál es una de las palabras asignadas; entonces le sugiero que deje así su tarea y que, al día siguiente, copie de alguna compañerita lo que le faltó por hacer. Mejor no. Con toda la trágica determinación de una decisión de vida o muerte, me reclama: “¿Tú estás loca? Si no hago la tarea completa, ¡la maestra me mata!”.
Y así todo el día y todos los días. Para bañarse, para cepillarse los dientes y para arreglarse. Para levantarse y para acostarse. Para el comportamiento en la casa y en la calle. Para el trato con su familia y con sus vecinos. ¡Porque así lo dijo la maestra!
No sé si los hijos de ustedes han tenido la suerte de tener una maestra como la de Emma Gabriela (o como la de Mariana, quien me insinuaba hablar con su maestra para ver si le podía dar clases los sábados y domingos), pero sí creo que son pocos los maestros que están conscientes de su inmensa capacidad para influir sobre el comportamiento de los niños a su cargo; sobre sus hábitos, sobre sus valores, sobre su vida. De otra manera no habría tanta falta de mística ni tantas huelgas.
Lo más grave, sin embargo, es que el Estado venezolano tampoco está convencido del poder de ese maravillosos recurso que, de paso, es el único que puede ayudarnos a salir del marasmo en que nos han sumido muchas décadas de desidia. Sin la menor convicción, nuestros dirigentes pregonan que la educación es la base del desarrollo, que la crisis del país radica en la falta de valores morales de la población, que el preescolar es el fundamento de la formación de una persona, que “moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Pero, ¿dónde están las verdaderas acciones para vincular la palabra con la realidad?
Mientras la educación básica esté supeditada al criterio de burócratas universitarios que nunca han estado en contacto con el fascinante pero complejo mundo de la escuela primaria, y mientras cualquier profesional frustrado pueda usurpar la vocación docente, serán muy escasos los niños que –como Mariana y Emma Gabriela- puedan beneficiarse del maravilloso don que el Creador ha otorgado a los maestros.
Emma Rodríguez Díaz (Madre y Educadora)    El Nacional 24/3/2002