El Inmenso poder de los maestros
Los
maestros desconocen el inmenso poder que Dios les ha otorgado. Cada mediodía, Emma
Gabriela regresa de su colegio, almuerza, descansa un rato, y a las 3:00 pm
–sin falta- se dispone a hacer sus tareas escolares, “porque mi maestra dice
que, al llegar a la casa, debemos almorzar, descansar y luego hacer la tarea,
sin dejarla para la noche”.
Al
comenzar a escribir la fecha, reiteradamente borra y vuelve a dibujar la “T” de
Turmero, hasta lograr un verdadero arabesco sobre el palito de la letra,
“porque mi maestra lo hace así”. No hay poder supremo que la haga cambiar de
parecer.
Más
adelante se enreda dibujando las partes de una planta, pero rechaza
tajantemente mi intento por ayudarla, “porque la maestra dice que la tarea
debemos hacerla los niños, y no los padres”.
Finalmente,
tiene que consultar en el diccionario el significado de varias palabras poco
conocidas por ella. Casi terminando la consulta, se nos presenta un
inconveniente: por mucho que nos esforzamos, no logramos descifrar su
imperfecta escritura para saber cuál es una de las palabras asignadas; entonces
le sugiero que deje así su tarea y que, al día siguiente, copie de alguna
compañerita lo que le faltó por hacer. Mejor no. Con toda la trágica determinación
de una decisión de vida o muerte, me reclama: “¿Tú estás loca? Si no hago la
tarea completa, ¡la maestra me mata!”.
Y
así todo el día y todos los días. Para bañarse, para cepillarse los dientes y
para arreglarse. Para levantarse y para acostarse. Para el comportamiento en la
casa y en la calle. Para el trato con su familia y con sus vecinos. ¡Porque así
lo dijo la maestra!
No
sé si los hijos de ustedes han tenido la suerte de tener una maestra como la de
Emma Gabriela (o como la de Mariana, quien me insinuaba hablar con su maestra
para ver si le podía dar clases los sábados y domingos), pero sí creo que son
pocos los maestros que están conscientes de su inmensa capacidad para influir
sobre el comportamiento de los niños a su cargo; sobre sus hábitos, sobre sus
valores, sobre su vida. De otra manera no habría tanta falta de mística ni
tantas huelgas.
Lo
más grave, sin embargo, es que el Estado venezolano tampoco está convencido del
poder de ese maravillosos recurso que, de paso, es el único que puede ayudarnos
a salir del marasmo en que nos han sumido muchas décadas de desidia. Sin la menor
convicción, nuestros dirigentes pregonan que la educación es la base del
desarrollo, que la crisis del país radica en la falta de valores morales de la
población, que el preescolar es el fundamento de la formación de una persona,
que “moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Pero, ¿dónde están las
verdaderas acciones para vincular la palabra con la realidad?
Mientras
la educación básica esté supeditada al criterio de burócratas universitarios
que nunca han estado en contacto con el fascinante pero complejo mundo de la escuela
primaria, y mientras cualquier profesional frustrado pueda usurpar la vocación
docente, serán muy escasos los niños que –como Mariana y Emma Gabriela- puedan
beneficiarse del maravilloso don que el Creador ha otorgado a los maestros.
Emma Rodríguez Díaz (Madre y Educadora) El Nacional 24/3/2002